lunes, 28 de marzo de 2016

La celda de castigo

 
Los dos sujetos habían sido capturados por separado, de modo que hasta ese instante no habían tenido contacto alguno. Ahora compartían un espacio cuyo volumen no era mayor que tres veces el que ambos ocupaban. Llevaban cinco semanas privados de luz, de alimento, respirando el poco aire que podía entrar a través de dos pequeños orificios y absorbiendo las preciadas gotas de agua que por ellos les hacía llegar. A pesar de tener sexos opuestos en ningún momento habían hecho intención de copular. Probablemente la prisión inhibía cualquier instinto reproductivo, aunque ese era el aspecto de su comportamiento que menos le interesaba. Durante todo ese tiempo, ambos sujetos fueron sometidos a un radical procedimiento cuyo objetivo no era otro que anular el instinto de supervivencia. Para ello, el espacio contenedor en el que se hallaban era regularmente inundado durante varios minutos, apurando al máximo el tiempo de apnea y aumentando en cada inmersión la temperatura del agua.

Al cabo de los treinta y cinco días, tal como había estipulado, puso fin al experimento y, cuando liberó a los dos sujetos, pudo comprobar los excelentes resultados. Ninguno de ellos presentó la más leve intención de huir y ni siquiera cuando ensartó a la hembra, atravesando su abdomen, el ejemplar masculino hizo movimiento alguno. Evisceró a los dos pausadamente y tanto uno como otro mantuvieron sus miembros inmóviles, sin crispar ni un solo nervio ante el dolor, hasta que definitivamente murieron, exactamente seis horas después.

La experiencia no podía haber sido más alentadora. Observó con satisfacción los restos que habían quedado. Una caja de cerillas empapada por el agua, su taza metálica, algunos fósforos quemados, otros afilados en su extremo y un par de cucarachas diseccionadas.

Ahora tenía que deshacerse de todo aquello. No quería que por su culpa pudiesen sancionar al celador del turno de noche. Sabía que aquellas semanas en la celda de aislamiento iban a dar su fruto. Por fin estaba preparado. En seis meses y veintitrés días cumpliría su condena en el psiquiátrico penitenciario y entonces podría pasar a la siguiente fase: construir su celda y llevar a cabo su venganza. Esta vez, no podrían escapar.

Ellos sólo engendraron. No sabían nada ni podían saberlo, pero había dolor en la vida que trajeron. Él tampoco sabía de dónde venía ese dolor, ni por qué estaba ahí, pero notaba cómo crecía. Con los años supo cosas, como que el dolor remitía cuando crecía en los demás y más aún, que prácticamente desaparecía cuando era él quien provocaba ese dolor. Pero al fin, en las muertes que causó, comprendió, y en esa comprensión tuvo claro su destino: hacer comprender a los demás. El dolor no estaba en él, ni en la muerte. El dolor estaba en la vida. Y los primeros en comprenderlo serían los que a él se la dieron.

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martes, 15 de marzo de 2016

Piratas en Bermudas


Mar de los Sargazos, al sur de las islas Bermudas, 18 de agosto de 1665, a bordo del galeón corsario Saint George y en plena tormenta tropical.

—!Capitán, la mar se nos viene encima! (El cielo tiene un color plomizo, llueve a raudales y enormes olas inundan la cubierta)

—¡Mantenga el rumbo señor Fish! ¡No podemos perder al español!

—¡Señor el viento nos está escorando! ¡De seguir así, nos va a poner panza arriba! (Las cuadernas crujen y la nave se inclina peligrosamente a estribor)

—¡Subid por barlovento y coged los obenques! ¡Arriad juanetes y asegurad los cabos! ¡Por mil demonios!, hemos de aprovechar que la tempestad ha apartado a esa nao de la flota. Tenemos que darle caza aunque sea hasta las mismísimas Azores (Los gavieros suben por la flechadura de babor)

—¡Capitán, están reduciendo trapo! (Un vigía grita desde la cofa)

—¡Mantened gavias y mayor! ¡Vamos a por esos corajudos antes de que se metan en los bajíos de las Bermudas!, los muy zopencos.

De repente, cesa la tormenta, el mar se queda en calma y una espesa niebla envuelve la nave.

—Maestre…, esto es cosa del diablo…,ya no se divisa la nao… la teníamos a menos de dos cables… ¿Y ese olor a azufre? (Toda la tripulación de cubierta se asoma a las bordas)

—¡Por belcebú, señor Chips, hay que virar en redondo!

El piloto comienza a girar la rueda del timón pero un violento choque por la amura de estribor detiene la maniobra.

—¡Capitán, tenemos una vía de agua en el pañol de proa!

—¡A fe mía, estoy rodeado de botarates! (Varios marineros tienden escalas por un costado del galeón y descienden por ellas)

—Hemos embestido a una extraña nave sin arboladura, de pabellón desconocido, con dos hombres a bordo y varias mujeres… Sus vestimentas…

—¡Traedlos de inmediato a mi presencia!

Algunos corsarios, a punta de pistola, suben a bordo y empujan ante el capitán a tres mujeres vestidas con uniforme marinero, otras dos con vestido corto de noche y dos hombres en camiseta y bermudas.
 
—Veamos, ¿tendrían vuecencias la amabilidad de confiarnos su linaje y procedencia? (La tripulación de la nave pirata se ríe de forma estentórea)

—¡Esto tiene que ser una puta broma!, ¿no?

—Habla vuesa merced de chanza, vistiendo ridículos ropajes, encontrándoos en medio de la niebla, en una extraña embarcación sin palos y junto a varias meretrices que, a juzgar por lo escaso de su atuendo, deben pertenecer a la más baja estofa… Os voy a enseñar… (El capitán hace ademán de desenfundar su sable)

—Bueno, bueno, caballeros, no hace falta ponerse nerviosos. Podemos hablar. Esto ha sido un accidente. Si nos devolvéis a la isla, seréis muy bien recompensados y podréis volver a vuestra fiesta de disfraces, enterrar vuestro tesoro y todo eso… ¿Comprendéis?

—¿Por ventura poseéis oro o plata?

—Puedo conseguiros un buen trato. Tendría que volver a tierra y hacer un par de llamadas.

—¡Mentís rufianes! En esa isla no hay más que balleneros, y vos no tenéis pinta de armadores ni de mercaderes… Más bien de bufones

—Os aseguro que todo es verdad. No tenéis más que llevarnos a puerto y lo entenderéis.

—Sea. Habrá tiempo de comprobarlo, pues necesitamos hacer reparaciones, pero de no ser así, os juro que terminaréis como esclavos y, dado el porte que gastáis, no os auguro ni dos días en las plantaciones. (Todos los corsarios se ríen a carcajadas)


The Royal Gazette
Bermuda. Wednesday August 18, 2015
 … los dos importantes hombres de negocios, de nacionalidad española, se encontraban de vacaciones en la isla cuando desaparecieron, hace ya más de un mes. Las últimas noticias les sitúan a bordo de un yate de recreo alquilado por la empresa “The triangle of pleasure”, dedicada a organizar lujosas fiestas eróticas, también desaparecido junto a toda su tripulación. Se cree que han podido ser víctimas de alguna de las tormentas tropicales que se han formado durante estos días relativamente cerca de la costa, aunque también hay quien no descarta la teoría, muy al gusto de la creencia popular, del vórtice espacio temporal que, situado sobre el mar de los sargazos, engulle naves y aeronaves desde hace cuatro siglos.

El Mundo
España. 18 de agosto de 2015
… los dos directivos imputados por delitos de fraude y evasión fiscal continúan en paradero desconocido, sin que a fecha de hoy se haya conseguido recuperar más que una mínima parte del capital que, según fuentes fidedignas, probablemente se encuentre transferido a diversas cuentas abiertas en paraísos fiscales, como las islas Caimán o Bermudas. Las respectivas familias han denunciado su desaparición a las autoridades aunque se muestran reacias a colaborar.
 
Plantación de azúcar en la isla de Jamaica, 25 de septiembre de 1665
 
—¡Eh, vosotros, los españoles! Vais a limpiar a fondo las letrinas si no queréis recibir otros cincuenta latigazos.
 
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